jueves, 11 de junio de 2009

CUENTO: ¿CÓMO LLEGARON LAS POESÍAS A PALMONES?



“De cómo las poesías llegaron a Palmones”:


Érase una vez un país muy cercano (tan cercano que lo estás pisando con tus pies) en el que existía un lugar llamado “Sierra de la Luna”. Oculto en su corazón había crecido un bosque mágico de grandes árboles que daban cobijo a helechos, lentiscos y enredaderas que trepaban por sus ramas descolgándose de ellas como frescas cortinas verdes.

Allí animales y plantas vivían seguros al amparo de una bruja buena que los cuidaba y protegía desde su pequeña cabaña.
Nuestra bruja se llamaba Maria José y conocía a cada uno de los habitantes del bosque: sabía del mal genio de los viejos alcornoques y de la alegría bulliciosa de los helechos, de la sabiduría de las flores y del encanto de las setas, de la furia del viento de Levante y de la dulce generosidad del Río de la Miel.

Conocía pócimas para todos los males. Soldaba las alitas rotas de los pequeños murciélagos, devolvía el brillo al plumaje de los cárabos, alisaba el pelo a las ginetas o aliviaba los constantes resfriados del martín pescador.

Cuidaba de las criaturas y todos y todas la querían. Por eso era la única persona a la que el bosque había confiado su secreto: en lo más profundo de la hondonada, cerca de la gran cascada que formaba el lago crecía una planta especial, la “Orquídea Poetisa”. Una rara especie de hermosas flores color púrpura que tenia la virtud de aprender y recitar poesías. Las orquídeas conocían muchos poemas.

De ello se encargaba una pequeña hadita llamada Anika, que en las noches de luna llena se posaba sobre la roca del musgo verde y comenzaba a recitarlas y a hablarles en ese lenguaje que tan bien entienden las criaturas del bosque. El lenguaje poético.

Así, las noches que soplaba el viento de Levante, las orquídeas comenzaban a recitar las poesías aprendidas y éstas iban tomando forma de pergamino para salir volando hacia el claro del bosque, llevando sus versos a todas las personas que las quisieran leer.

Maria José sabía del encantamiento de las poesías y de sus vuelos nocturnos porque a menudo se posaban en su ventana para que leyera sus alegres mensajes. Al hada buena le gustaba mucho leer, sobre todo si eran historias divertidas. Luego les sonreía y les obsequiaba con un cucharón de polvo de ninfas recién cocinado en su caldero.

Cierto día nuestra hada tuvo una gran idea. Como sabía que a los niños y niñas de Palmones les entusiasma oír poesías, las invitó a que fueran a verlos y ellas aceptaron encantadas, pues nada le gusta más a una poesía que ser leída.

Así, cada miércoles por la noche y sin que nadie las vea, las poesías bajan volando desde la Sierra de la Luna hasta la biblioteca del colegio y allí esperan alegres e ilusionadas a que llegue el jueves para que vosotros y vosotras vayáis a jugar con ellas.



Y colorín colorado, este cuento… aún no ha acabado.





Mª Victoria Foncubierta Rodríguez

2 comentarios:

  1. ¡Pero bueno tanto tiempo conociendote y es ahora cuando nos damos cuenta de la escritora que tenemos entre nosotros!. Te ha quedado precioso. Un saludo. ISA

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  2. ¡Que imaginacion!es una historia muy bonita ,felicidades.

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